21 jul 2015

El fin de NOLUGAR .-





Aquella tarde Ella, no tuvo un accidente.

El vehículo que giró sin previo aviso invadiendo el carril, por donde circulaba, lo hizo tan mal y tan despacio, que quedó parado, en la entrada del estrecho callejón por el que pretendía entrar, y Ella, llevaba la velocidad justa, como para poder frenar la moto, un centímetro antes, de darse contra el capó del vehículo que quedó cruzado en su camino.

No se produjo ningún un accidente.

Al quedar parada, lo único que le preocupó, fue ver si su pie, estaba debajo de la rueda del coche, pero no, su pie quedó a un centímetro exacto de la rueda delantera.

La moto, pegada al capó del vehículo, tampoco había dejado señal alguna en la chapa. No hubo impacto.

Definitivamente, no era un accidente. 

Ella movió la pierna, comprobó que todo estaba bien y siguió camino.

Al llegar al probador del gimnasio, comprobó que toda su pierna estaba repleta de ese negro que impregna las ruedas de caucho. No había sangre. No, no le dolía nada. No se había roto nada.

No tuvo un accidente.

Hizo su sesión y al volver a casa, se dio cuenta de que nadie había llamado o reclamado su presencia, entre el momento del no accidente y la vuelta a casa. 

Raro.

Tampoco había hablado con nadie, ni saludado a nadie en el gimnasio, ni cruzado con nadie en las duchas.

Nada.

Pero no tuvo un accidente.

Se preparó su zumo y al tomar el primer trago se dio cuenta.

No pasaba nada, nunca.

Llevaba tanto tiempo fuera, que no se había dado cuenta hasta entonces, de su falta de presencia.

No tuvo un accidente, porque ella, no estaba, presente, allí.

Y era hora de volver.

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