24 jul 2018

En una isla tierra.-


Érase que se era en una isla tierra, cuando aún los osos dormían y las liebres no corrían, que apareció un buen mal día un hombre. Un ser sin sentido. Un ser increíble para los que allí había.

Un ser que no se sostenía en pie de cuatro sino de dos. Un ser absurdo de gravedad imposible.

—Se caerá—pensaban todas, plantas, aves y flores.
—Se caerá seguro al mar y se ahogará—pensaban también los habitantes del mar.

Un ser que hablaba para sí, nunca con los demás y creía que el tiempo y el espacio eran de su propiedad; sin sentido en todo. Absurdo total.

Un ser sin raíces, un ser autómata, que no pensaba jamás en hacer algo por alguien más.

Un animal de dos patas programado para creerse capaz de adaptar el modo de vivir en la tierra y en el mar.

Un ser mal que apareció sin más en este idílico lugar y pretendió transformarlo todo.
Modificarlo todo.
Poseerlo todo.
Tan solo y solo para su comodidad.
Sin contar con nadie más, como si fuera el único habitante del lugar.

Las plantas, alarmadas, se preguntaban:
—¿Por qué se creía este ente con derecho a manipular? ¿Qué se pensaba esta especie? ¿Por qué todo lo quería cambiar?

Los habitantes del Mar observaban -perplejos- cómo su mundo sencillo se tornaba tan complejo.
—¿Por qué no se iba sin más? Si todo le molestaba o a su medida no estaba, ¿por qué no se marchaba y les dejaba ya en paz?

Todo porque ese hombre (especie de ser deforme) actuaba como si todo lo que veía, le perteneciese. Sin contar ni reparar en momento alguno en que llegó tarde y mal. Pues vida hubo y habrá en la tierra y en el mar.

Absurdo dos pies, absurdo su modo de ser, absurdo su cuerpo que necesitaba de pieles para cubrirse, sensible y débil. Absurdo aparecer en un Mundo y no saberse huésped. Absurdo llegar y no quererse adaptar a tan hermoso lugar.

Las plantas eran forzadas a mutilarse tan solo porque él (especie) necesitaba sombra para cobijarse y techo para resguardarse del agua, que dulce caía del cielo pocas veces, pocas. Demasiadas para él.

Cualquier posible-eventual-circunstancia hacía que el hombre (absurdo dos pies deforme) construyera a base de cortar, destrozar, amoldar estructuras duraderas para por si tal vez pudiera volver algún día a ocurrir un fenómeno ajeno a su egoísta manera de vivir.
Una especie de dios brutal. Estúpido y torpe animal.

—¿Qué tipo de ser es éste?—preguntaban sin parar—¿Qué ente idiota está aquí si no es capaz de admitir la vida como parte de sí y se protege de todo, de todo lo que antes de él existía en grata armonía?

—Un ser particular—respondían plantas y peces—.Un ser que se cree más que los demás. Con eso tenemos que lidiar.

—Con una absurda especie animal. Un ser que no sabe estar en el mundo sin dañar—concluían tras largas charlas de mediodía. Tanto las plantas, como los peces, aves, flores y animales.

Ah, sí. Se me olvidó deciros que en esta isla de tierra, situada en tierra (firme) todas hablaban entre sí y se acompañaban. Todas menos, claro está, esta especie de humano animal que no sabía entender ni pretendía saber dónde estaba ni cómo el mundo se comportaba antes de llegar él (absurdo ser de dos pies).

Y la vida poco a poco agotaba, tanto la suya con acciones idiotas, como la de los demás habitantes simplemente porque les consideraba herramientas para su propia estancia efímera en un lugar que no era, ni mucho menos sería jamás, de su propiedad.

Absurdo, absurdo el hombre (especie).

Absurdos los demás seres por dejarle hacer sus idioteces.

Mal.

En todo momento mal.

Hasta que llegó el día final cuando no quedó sobre la isla tierra más que el hombre especie imbécil, todo eran ruinas, dolor y muerte.

Y tuvo que ser el mar, sabio con creces desde el inicio de este lugar, quien lo limpiara todo. Quien arrasara con todo.

Para empezar una vez más, en un lugar amable donde estar.
Sin hombres-dioses-imbécil.
Sin uso, ni abuso de especie.


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