18 mar 2019

El absurdo e incompresible caso del termo volador.-



Y fue una de esas mañanas espléndidas de Marzo, en la que el Sol aparece tras días de cielo encapotado y lluvia débil, cuando Asunción y Oscar Ramón decidieron subir a dar una buena pateada por la montaña.

— Y luego podemos comer en el Mesón de Paco.
— Querrás decir de Julia.
—  Bueno, de Paco y Julia.
— Julia es quien sirve y cocina. Paco casi nunca está. No entiendo por qué lo llamas siempre el Mesón de Paco.
– ¿Reservas tú cariño? Yo me voy a preparar la mochila.

Y Asunción reservó en el Mesón de Julia y Paco, como no. Puesto que era una mujer muy feliz, muy realizada y muy entregada a su relación con Oscar Ramón, que era el tío con quien compartía aficiones, escaladas y mesones. Y el sujeto que le daba una posición bastante buena en la escala social hetero-capitalista-patriarcal, no sólo porque Oscar Ramón tenía un sueldo mucho más alto que ella, aunque desempeñaran el mismo cargo en empresas similares, sino porque era uno de esos antiguos metrosexuales, que a base de no beber cerveza y salir a correr dos horas diarias, estaba envejeciendo la mar de bien, y aún tenía pelo.

Oscar Ramón, ese típico tío, que con poner cariño o amor delante de las frases dirigidas a una mujer, lo tenía todo hecho. ¿Quién podría resistirse a un varón con todos los dientes alineados?

Exactamente a las 8:33 Asunción y Oscar Ramón llegaron a la falda de la montaña, que pretendían atacar, esta vez, para cambiar, por el flanco sur. Un poquito más escarpado y un poquito más entretenido también, por qué no. El día estaba estupendo.

— Amor ¿trajiste los crampones? — preguntó Oscar Ramón, mientras se ajustaba las botas.
— No me dijiste nada de crampones, y tú preparaste la mochila. — respondió Asunción mientras habría la vía.
— Bueno pues sin crampones.

Y sin crampones subieron.

Y a la cima de la montaña llegaron. Con un par de resbalones de más, por no llevar los crampones, nada importante, de no ser porque Asunción, en uno de estos cayó, y media pierna se llevó media colina.

— Ya no te duele mi amor — afirmó Oscar Ramón, mientras terminaba el agua de su cantimplora molona.
— Sí que me duele Oscar Ramón. Me duele un montón.
— Bueno cariño, ahora en un rato se te pasa. Uy, me quedé sin agua. Amor ¿me lanzas el termo?

Y fue ahí, en ese preciso momento, saliendo el Sol por Antequera, iluminando el despeinado y acaracolado cabello húmedo de Oscar Ramón, sonriente en la cima de la montaña, que Asunción se dio el golpe en la cabeza, ese del que habla la Lijtmaer, y decidió que sí, que le lanzaría el puto termo de agua. Su termo, con su agua fresquita, esa, la que se había dosificado durante el ascenso a la montaña, para llegar a la cima, y disfrutarla, ella, pero que disfrutaría más, con la sonrisa de Oscar Ramón partida en dos, así que, se lo lanzó.

Giró y giró el termo con tal velocidad y tan buena puntería, que le llegó justo a la cara a Oscarcito, querido, ay. Quien terminó con dos dientes rotos, tres costillas fisuradas y el coxis dolorido, pues del golpe se cayó, dando un traspié que le llevó, un poquito más abajo, del acantilado donde estaba.

— Pero cariño, amor. Ya se te pasa. Ya se te pasa. — dijo Asunción, mientras por dentro reía, a carcajada partida, mucho y muy fuerte. 

Muy, muy fuerte.

No hay comentarios: