25 jul 2017

La increíble y apasionante historia del aforador de perros .-



Era una mañana calurosa de verano, como cualquier otra mañana de verano caluroso, cuando Carles terminó de ducharse, se embadurnó bien de bronceador pantalla absoluta filtro supermegaultra no transpirable, no perceptible por la dermis (no degradable tampoco) y gorra en mano tiró para la playa donde había encontrado ese trabajo estival que acabaría con su precariedad durante calculaba él... unos... quince días.

¡¡¡Qué felicidad!!! haber encontrado al fin algo de ingresos dentro del mundo laboral reconocido en La Playa de perros. The dogs beach ese extremo lugar (situado en el extremo de la ciudad) con una enorme pataza canina pegada en el muro de entrada como estandarte. Llegar allí era como entrar en la Playa Hilton de Tel Aviv pero a lo cutre. Un festival canino patrocinado por el Ayuntamiento (pero pagado por todos los que tienen perrito y los que no también). 

Su trabajo consistía en contar, algo que a Carles le venía muy bien, ya que desde pequeño le gustaba contar todo lo que pasaba delante de sus ojos: cerillas, palillos, las virutas que dejaba la goma de borrar (ejem toc toc)

Contar canes. Eso suena como muy bien, hasta que piensas: no solo en la remuneración sino en la tarea.

Contar Canes implica estar en la puerta de un pipican gigante aforando perros. Perros que se bañan con sus pelos en el agua, se sacuden el arenita con sus pelos en la playa, perros y más perros que liberan sus esfínteres donde les enseñó su dueño...o no. Eso tiene que oler un poquito....ya me entiendes.

Contar canes supone tener que preguntarse si un Chiguagua y un Maltés valen igual que un San Bernardo, preguntártelo muy en serio y no encontrar respuesta correcta. Vivir en un continuo tic tic del controlador de aforo. Entra un perro tic para arriba, salen dos perros tic y tic para abajo.

Abrir la verja del pipican gigante, cerrar la verja, abrir cerrar, contar, arena para arriba, para abajo y así pasarte seis o siete horas al día bajo el solano de la playa total. 

A pesar de todo Carles es muy feliz porque es un hombre pachoncísimo. Su tensión tiende a la baja, su temperatura corporal no sube de los 36 grados nunca, jamás, así que el calor no le afecta. Y gracias a ciertas adicciones (aún no reconocidas) ha perdido bastante el sentido del olfato.

—Tiene usted una libreta, un contador y esta sofisticada máquina para leer el chip—.Le dice el supervisor, mientras le explica "todo" lo que necesita saber sobre la gestión del pipican.

Carles no dice nada pero se le ocurre pensar:

a) ¿Para qué tiene que anotar en una libreta algo que ya se está contabilizando mediante la lectura de chip?

b) ¿Por qué a nadie se le ocurrió ligar el contador de chip con el aforo del pipican costero?

c) Que lo va a flipar el día que venga un perro con algún trauma y tenga que acercar su desnuda mano al cuello del can para hacer la lectura del chip y este no quiera.

d) Y que dónde están los bolis para anotar barritas en el cuadrante.

—Pues no hay bolis. ¡Vaya por dios! ¿No habrá traído usted uno?—pregunta el supersupervisor. Un hombre preparado, con tres carreras, un master en gestión, cinco idiomas ( uno de ellos inservible ) y ningún bolígrafo, ni uno, ni lápiz, ni nada para escribir. Vete tú a saber por qué.

—Sí—responde Carles—por suerte dibujo en mis ratos libres—.Saca su libreta de bocetos cual héroina de comic DC y en respuesta obtiene una mirada inquisitiva del supersuperior como diciendo:

"Muy bien PERO
ni se te ocurra dibujar mientras curras MA-JE-TE"

Todo eso a Carles no le importa. Sonríe, sonríe y sonríe hasta que el supersuper se aleja con su laptop en la mano. Saluda, se gira y se coloca en su caseta con todos sus útiles de trabajo (la libreta de bocetos también) sobre la mesa y a esperar a que llegue el primero de los muchos caninos, los muchos pelitos, con sus muchas pulguitas y los muchos lametones que va a recibir en su nuevo, precario y temporal trabajo de verano.

¡Qué suerte además empezar justo ahora! cuando, gracias a las progres-ivas medidas de gobierno, no le van a retener IRPF de su paupérrima nómina.

¿Se puede ser más feliz?



2 comentarios:

lolita lagarto dijo...

Esperemos que no se pueda ser más infeliz...:)

La ilustración es tuya?

Luisa Martina Fernández Chavero dijo...

Lolita!!! Ves, ya sabía yo que tenía que haber sido en verano tu coment. Que no miro yo el blog en verano, perdón por el retraso. La Ilustración es de Taku Bannai. Un abrazo.