El Señor Care vivía en una pequeña casita en la colina del prado, desde donde podía otear la aldea que tanto amaba. Vivía lo suficientemente alejado como para tomar perspectiva pero lo suficientemente cerca como para acudir en ayuda de sus convecinos si algún día necesitaban de ella.
Al Señor Care le gustaba la soledad y también charlar en compañía, pero lo que más le gustaba era ver los rayos de Sol sobre su pequeño jardín de margaritas, momento mágico en el que parecían brillar doradas hermosas, bañadas por tonos anaranjados justo antes del fin del día.
Los vecinos de la aldea subían siempre que el tiempo acompañaba, a disfrutar junto al Señor Care de esa hermosa vista al atardecer. Momento que aprovechaban todos para contarse lo acaecido durante el día entero.
Al Señor Care le gustaba hablar, casi tanto como le gustaba el silencio.
Al Señor Care le gustaba la soledad y también charlar en compañía, pero lo que más le gustaba era ver los rayos de Sol sobre su pequeño jardín de margaritas, momento mágico en el que parecían brillar doradas hermosas, bañadas por tonos anaranjados justo antes del fin del día.
Los vecinos de la aldea subían siempre que el tiempo acompañaba, a disfrutar junto al Señor Care de esa hermosa vista al atardecer. Momento que aprovechaban todos para contarse lo acaecido durante el día entero.
Al Señor Care le gustaba hablar, casi tanto como le gustaba el silencio.
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