27 oct 2014

El Momento .-




El sábado pasado, hablando con mi añorado de lo que me cuesta a veces darle vueltas al té del desayuno sin pensar en que mi cucharilla molesta cuando remuevo el azucar, terminamos preguntándonos: ¿En qué momento le otorgamos a otra persona la despótica capacidad de decirnos qué debemos y qué no debemos hacer, qué es molesto y qué no y cuántos azucarillos tenemos que tomar en nuestro desayuno?.

En qué momento el grado de incidencia de nuestras acciones viene determinado por el estado de humor de otro sujeto, con quien en teoría compartimos nuestra vida porque nos quiere. Y tras la bronca gratuita y la humillación innecesaria, todavía vamos a darles un beso para que tengan un buen día. 

Ellos, claro, porque nosotros no importamos. 

Nosotros ya somos felices teniendo parejita, aunque nos gire la cara en público cuando les vamos a dar un beso.

Toma ya!! La que nos ha tocado ha sido ser el monguer absoluto!! .- Le decía riendo.- Y ¿todavía me tendré que preocupar por ellas?. No hombre no, eso no está bien.

En qué momento dejamos que alguien que nos ha vapuleado sentimentalmente, alguien a quien nos entregamos completamente, nos desprecia y todavía nos importa. 

¿Dónde está eso escrito?. ¿Qué de buena persona nos hace semejante tomadura de pelo?. 

Cada día que pasa tengo más claro que soy rubia, cada vez más rubia.

ABSOLUTAMENTE RUBIA a pesar de las canas.

Rubia TOTAL.

Y si dejo de ser Rubia y me encabrono, que no es que me enfade, porque como no me gusta enfadarme paso directamente al cabreo absoluto. Cada vez que pasa eso la peña lo flipa.

Ay, ¿por qué pensáis que no me enfado?. Porque es muy malo, mucho, ver a una lesbiana enfadada. 

Una lesbiana enfadada tiene todo lo malo de un hombre y todo lo malo de una mujer juntos en una explosión visceral chunguísima.

Mal.

Fatal.

Yo intento avisar, intento pasar, intento razonar, intento aceptar y comprender, pero mi paciencia es finita.

¿Sabéis lo mejor de todo esto?.

Que amar es como montar en bicicleta, puedes pasar años sin hacerlo y cuando subas de nuevo parecerá que fue ayer.

Tan sólo espero no olvidar que el ruido de la cucharilla removiendo el azucar en el té de la mañana no es para nada molesto.

A mí siempre me ha parecido encantador notar la presencia de quien amo desde la mañana.

No entiendo cómo no he encontrado aún a quien le parezca igual.

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